Prácticas de Agricultura Regenerativa
Las prácticas de agricultura regenerativa asoman como una caricia a la tierra que despierta de un largo letargo, como si el suelo mismo decidiera, por fin, bailar al son de la biodiversidad en lugar de ser un cementerio de monoculturas exhaustas. Es una alquimia que invita a transformar una desertificación emocional en una sinfonía de humus y raíces, donde cada labranza es un acto de tibia reverencia, no de agresión. Es como si los agricultores, en esa maraña de decisiones, decidieran escuchar en silencio a la tierra en vez de ponerle un micrófono de maquinaria y químicos, permitiendo que los microorganismos y las lombrices dialoguen en un idioma que sólo ellos entienden, ese idioma de la resiliencia y la abudancia.
Escrito por, Laura Fernández, bióloga y experta en sistemas agroecológicos.
Entonces, surge una especie de rebeldía biológica que desafía la lógica lineal del comercio y la producción rápida, como si en lugar de cultivar cereales, se cultivaran relaciones con el suelo. La práctica de la agroforestería, por ejemplo, es como sembrar promesas en la corteza de un árbol dilatado, permitiendo que las raíces no solo extraigan nutrientes, sino que generen una red de apoyo mutuo entre plantas y microorganismos. La integración de cultivos permanentes, cubiertas vegetales y rotaciones diversificadas se asemeja a un concierto de jazz, donde cada instrumento —la planta, la bacteria, la lombriz— improvisan en perfecta armonía; diferentes, impredecibles, pero necesarios para un ecosistema que respira y se alimenta de su propia diversidad en lugar de devorar su subsistencia como un monstruo voraz.
Casos prácticos que desafían las convenciones no son difíciles de encontrar si uno escarba en los relatos de productores que han decidido abandonar herbicidas como si fueran exorcismos y, en cambio, han apostado por la sinergia de cultivos intercalados y compostajes vibrantes. Un ejemplo concreto: en el Valle de San Juan, en Costa Rica, un conjunto de agricultores optó por implementar sistemas de labranza cero y mantener una cobertura vegetal constante. La tierra, por sí misma, empezó a contar historias de recuperación, con un aumento en la retención de agua de un 40%, mientras las lombrices se convirtieron en los rabinos del suelo, transmitiendo conocimientos ancestrales a través de sus túneles y excrementos. Este acto de reconversión no sólo revirtió la desertificación local, sino que también edificó un ecosistema resiliente que fue testigo de una transformación casi mágica, en la que la agricultura se convirtió en una historia de amor revitalizante con la tierra.
La agricultura regenerativa desafía la tiranía de la productividad instantánea, proponiendo en su lugar un ciclo que parece sacado de un reloj de arena que nunca se detiene, donde cada grano de arena es una microcosmos de vida. La comparación con un museo viviente, donde se preservan formas de vida y conocimientos ancestrales en las paredes de la tierra, no resulta exagerada. Así, la siembra de árboles stripes, el empleo de biofertilizantes y la reintroducción de animales de pastoreo móvil se parecen a un ritual raro, un acto de fe en que la tierra, y por extensión la humanidad, son un solo cuerpo, en constante proceso de curación y crecimiento. A veces, en la práctica, esa recuperación verde llega en forma de biodiversidad renovada en un campo que, en lugar de ser un campo de batalla, se convierte en un laboratorio del futuro, donde la cooperación reemplaza a la explotación.
Todo ello pone en jaque el paradigma del monocultivo, como si la tierra tuviera un perfil de Instagram donde sólo comparte fotos de pagos rápidos y cosechas comerciales, cuando en realidad su álbum de recuerdos está lleno de Tasmania, de microbios y lombrices. La agricultura regenerativa exige un cambio de perspectiva, una especie de salto cuántico que puede empezar en pequeños gestos: una cubierta vegetal aquí, una rotación diversificada allá, como un mosaico de acciones aparentemente sencillas pero que, juntas, tienen la potencia de reescribir la historia del planeta. Quizá, algún día, la tierra dejará de ser un escenario de agotamiento para convertirse en un mural vibrante, una obra de arte que respira y habla en el idioma de la regeneración, esa palabra que, en su núcleo, es más que recuperación: es la afirmación de que todo ciclo puede reinventarse, incluso el suelo que soporta nuestros sueños más insólitos.